martes, 22 de diciembre de 2015

El regalo de Navidad de Dave Davies


"Strangers on this road we are on
We are not two we are one"

"Dentro de poco es Navidad y este es mi regalo de Navidad para vosotros". Había transcurrido algo más de hora y media desde que Dave Davies iniciara su show en el Islington Assembly Hall de Londres. Nadie imaginaba lo que iba a pasar. Ni siquiera el más optimista de los fans. Tal vez por inesperado fue tan mágico. 

De repente de la parte derecha del escenario, en la penumbra, surgió una silueta. Era Ray Davies. Todos gritamos de emoción, atónitos y excitados. Vestía con camisa de cuadros roja, chaqueta negra, gorra y pantalones vaqueros con vuelta. En la mano portaba una botella de agua. Su aspecto era inmejorable. Los gritos del público iban in crescendo. Un tanto desubicado -como si todo se hubiera improvisado en el último momento-, Ray se dirigió pausado al micrófono de los coros e hizo su habitual comentario jocoso: "por favor un fuerte aplauso para Dave 'Death Of Clown' Davies". Era la frase que todos estábamos esperando, con la que presentaba siempre en los conciertos a su hermano (a pesar de que a Dave no le hacía mucha gracia). Pero esta vez no hubo rencillas.

La ovación fue ensordecedora. Dave sonrió mientras le hacía un gesto para que cantara en el micro principal, como en los viejos tiempos, como si fueran los Kinks. Y allí fue Ray. Después sonaron los primeros acordes de 'You Really Got Me', el Riff, con mayúsculas, la canción que catapultó a los Kinks a la fama en 1964 y que aún seguía sonando fresca y rabiosa. Fue la perfecta cuadratura del círculo. La sensación de vivirlo allí en directo jamás podrá ser descrita con palabras o imágenes.

domingo, 31 de mayo de 2015

Un grito en la plantación



[[Texto publicado el el Anuario del Blues 2014 editado por la Societat del Blues de Barcelona y dirigido por Manuel López Poy]]

Del nacimiento de blues a los primeros discos de raza

Al principio todo estaba en silencio. Silencio que tan solo se interrumpía por el renqueante sonido de los trenes de vapor que cruzaban el país de este a oeste, de norte a sur. Pensemos en una plantación de algodón de Mississippi. Pobreza, marginación y desarraigo juntos en un mismo escenario. A veces la historia nos lo ha vendido como un lugar idílico, pero no lo es. Imaginemos un día de verano, bajo un sol abrasador, unos hombres, negros, agrupados en cuadrillas y ataviados con unos trajes de faena austeros: sombrero, mono y pañuelo para secar el sudor. Se preparan para la jornada. Los aperos de trabajo están dispersos por el suelo. Se alinean, cogen un hacha, la levantan de tal forma que la hoja de la azada mira al cielo como parte de un ritual divino. La golpean con fuerza contra la superficie. La hendidura de la tierra se resquebraja al mismo ritmo que se carcomen sus almas. Repiten esta operación una y otra vez, en una monotonía exhausta que acabar por minar el poco ánimo que les queda, si es que les quedaba algo. Olvidaron su pasado, no conciben el futuro. Solo tienen el presente.

Al otro lado de la zanja, otros negros, esta vez hombres y mujeres, encorvan su silueta en el horizonte para recoger el fruto de la tierra. Las hilachas de la planta del algodón se extienden por todo el terreno, caprichosas, desordenadas, dando al paisaje un color blanquecino que contrasta con el tono seco y anaranjado del astro rey. Aunque aquí no hay noblezas que valgan. La única jerarquía es la del capataz que, a golpe de látigo, reclama más leña al fuego como si del averno se tratase. Y en el fondo, esa plantación no dista mucho del infierno.

De repente, en la lejanía, se oye un eco, un quejido en forma de llamada de auxilio. Un hombre se lamenta por su destino y entona una breve frase. Imprecisa, titubeante, temerosa, sincera. Al instante el resto de hombres le responden en un unísono arrebatador. El primer hombre vuelve a emitir la misma frase. Y la comitiva responde de nuevo. Cada vez son más los hombres que se unen. Acompasan sus fraseos con el golpe de las hachas y con el movimiento de sus cuerpos. Melódicamente, las notas fluctúan levemente la escala del pentagrama, no son afinaciones puras, podrían parecer desafines en los oídos de un europeo formado en la tradición occidental. Esa célula inicial básica y rudimentaria, en formato de llamada/respuesta, constituye la base de un nuevo estilo que en unos años llegará a todos los confines del mundo. Esas notas bemolizadas son las características blue notes, o lo que es lo mismo, una forma tosca de adaptación de la escala pentatónica africana, a la escala diatónica europea. En esa plantación y en otras muchas idénticas del sur de los Estados Unidos surgió una expresión poética para canalizar el dolor. Pasado un tiempo se dio en llamar blues.

miércoles, 29 de abril de 2015

El alma negra de Chicago


Venga, nena, vuelve. Vuelve conmigo. No me digas que no quieres ir. Ven. Ven conmigo. Vuelve de California y vayámonos a Chicago.

Puede que Robert Johnson no pisara Chicago en su vida, o puede que sí. ¿Quién sabe? Giran tantos mitos en torno a su leyenda que cualquier opción parece posible. Lo que está claro es que su famoso Sweet Home Chicago  más que una oda urbana, es una suplica a una mujer, a la que trata de convencer para que se vaya con él a la Tierra Prometida. Ese dulce hogar del que habla la canción estaba, cómo no, en Chicago.

Y es que en los años 20 del pasado siglo, cuando se compuso el tema, Chicago era lo más parecido al paraíso, un lugar de peregrinaje, final de trayecto, gran nudo ferroviario y de comunicaciones. Allí todo estaba por hacer: oportunidades laborales, esperanzas infinitas, empezar de cero. Los incipientes rascacielos de su imponente arquitectura simbolizaban los anhelos de miles de personas. Los negros que huyeron del sur de Estados Unidos en busca de una vida mejor vieron en Chicago esa especie de Tierra Prometida. Lo único que el sueño pronto se convertiría en pesadilla. La ciudad les recibió confinándoles a enormes guetos de infraviviendas donde se hacinaban como sardinas y apenas gozaban de unas condiciones básicas de salubridad. Desigualdad, pobreza, explotación o racismo son tan solo algunos de los daños colaterales de ese gran sueño americano.

Disturbios raciales en Chicago, años 30
La población negra creció exponencialmente. En los treinta primeros años del siglo XX, casi 2 millones de afroamericanos se desplazaron del sur al norte en un fenómeno conocido como Gran Migración. Tennessee, Arkansas, Alabama y especialmente Misisipi fueron los estados de origen. Las ciudades del norte demandaban mano de obra abundante y barata. En los años 40 había un 8% de afroamericanos en Chicago; en los 60 la cifra ascendió a un 23%. El South Side o Barrio Sur se convirtió en el vecindario negro más grande del país (título que aún ostenta).

martes, 31 de marzo de 2015

Nueva Orleans, la cocina del jazz



¿Sabes lo que significa echar de menos Nueva Orleans, añorarla día y noche?

Hay algo en la mitología del jazz que nos conecta directamente con lugares idílicos y remotos. Un territorio oculto en nuestro inconsciente, imaginario y profundamente evocador que nos transporta y nos mece, nos arropa entre sutilezas de melodías y caricias en forma de acorde. Ese eterno retorno de sensaciones tiene un claro punto de partida: Nueva Orleans, la “tierra de los sueños” de la que habla el famoso estándar Basin Street Blues . La mera posibilidad de viajar hasta allí para conocerlo nos fascina y al mismo tiempo nos sublima. Luego la realidad es otra cosa…

La historia del jazz se muestra profusa en alusiones casi míticas a la ciudad sureña americana. Las canciones y los recuerdos de los músicos no se quedan atrás. “Brillaban luces de todos los colores, la música que se oía en la calle provenía de todas partes", recordaba el pianista Jelly Roll Morton. “Solía dormirme con el sonido mecánico del piano ragtime y cuando me despertaba aún seguía sonando”, confesaba el compositor Spencer Williams, creador, entre otras muchas, del mencionado Basin Street Blues. “Durante el Mardi Gras, tío, nos lo pasábamos en grande: había bandas día y noche tocando por las calles”, explicaba el trombonista pionero Kid Ory. “Storyville [el barrio de prostitución] tenía todo tipo de personajes, gente de todo el mundo venía para ver lo que se cocía aquí, había diversión para todos”, evocaba un siempre sonriente Louis Armstrong.

sábado, 28 de febrero de 2015

La noche definitiva de la bossanova

El  Bon Gourmet con lo más nutrido de la bossanova

José Fernandes, conocido empresario y promotor de la noche de Río de Janeiro, se trasladaba a Brasilia y vendía a precio de saldo su restaurante Au Bon Gourmet, situado nada más y nada menos que en la legendaria avenida de Copacabana. Otro empresario, Flávio Ramos, dueño de varios restaurantes, boîtes de poca monta y algún que otro nightclub decadente decidió comprarlo. Lo primero que hizo fue cambiar la vieja decoración de terciopelo rojo por una más acorde a la ocasión: renovó el sistema de luces, adquirió una hilera de focos nuevos, e invirtió en microfonía Shure.

En poco tiempo, el anquilosado Au Bon Gourmet se había transformado en un flamante local de espectáculos con capacidad para trescientas personas. Para la inauguración, el amigo Flávio quiso tirar la casa por la ventana. Quería programar un espectáculo único en Río de Janeiro, de esos que marcaran época y vaya si lo logró. Consiguió reunir -nadie sabe todavía muy bien cómo- a Antonio Carlos Jobim, Joâo Gilberto y Vinicius de Moraes, el tridente más antológico de la música brasileña, en la primera vez que se subirían juntos a un escenario. Por si fuera poco, el programa se completaba con la participación especial del conjunto Os Cariocas, donde ya deslumbraba un joven Baden Powell.

martes, 27 de enero de 2015

Un encuentro inesperado con el rey


Canal Street, cerca de 1900

Centenares de carretas y coches de caballos llenaban las calles. Los postes con las líneas eléctricas parecían como una extensa tela de araña. La gente iba de un lado a otro, con prisa, sin pararse demasiado a las contemplaciones. Los comercios y los mercadillos le impresionaban. El bullicio que se respiraba en el ambiente le producía una estimulante sensación de novedad. Ya desde lo lejos se veían los edificios de varias alturas. El tren entraba por Carrollton Avenue para cruzar después el canal de New Basin. Las casas shotgun, tan modestas como características, las granjas criollas, el pantano rodeado de cipreses, el gran lago. Todo era una novedad para él. 

Corría el año 1905 y era la primera vez que Dutt -así es como le llamaba todo el mundo- pisaba Nueva Orleans. En la plantación Woodland, donde vivía, los días se pasaban entre las ferias del condado, pescar en el río, tirar piedras en la vieja vía del tren o jugar a las cartas. Y bueno, trabajar en el molino, donde se procesaba la caña de azúcar, en una árdua y laboriosa tarea. El padre de Dutt era blanco y sus antepasados provenían de la región francesa de Alsacia. Llegaron a Lousiana tras las migraciones acadianas desde Canadá. Las tardes en la plantación, después de la jornada de trabajo, la gente se sentaba en los porches de las casas a cantar viejas canciones francesas hasta el anochecer. Sus primeros recuerdos musicales, sin embargo, vienen de la naturaleza: el croar de las ranas, el silbido de las serpientes, el correteo de las ratas. También de los procesos industriales de transformación del azúcar: el rugido de las calderas en la cristalización de la caña, el incesante sellado de los barriles o el sonido metálico de las carretillas que transportaban el producto. 

Y por supuesto, las bandas de metales, que desfilaban por las iglesias del condado siempre que había un funeral. Precisamente uno de ellos, James Brown Humphrey, de la Onward Brass Band fue uno de los primeros maestros musicales de Dutt. Pronto comenzó a cantar en grupos vocales y a fabricar sus propios instrumentos. El banjo, moldeado a través de una caja de cigarros, era todo un clásico, pero también guitarras y contrabajos. De alguna manera llegó a sus manos un carcomido trombón de segunda mano lleno de agujeros. Más que sonido, de ese ajado trozo de metal salían burbujas de saliva. Su viaje a Nueva Orleans tenía relación con eso.

domingo, 28 de diciembre de 2014

El blues de la Meseta

 
"En el interior de esta pampa enorme, los pueblos medio en ruinas, a los que de lejos, su color de barro hace que se asemejen a un montón de excrementos de pájaro resecos, pueden sugerir descripciones subyugadoras y pinturas dramáticas", Miguel de Unamuno.

Si existe algún lugar a este lado del Atlántico similar al Delta del Mississippi ese es la Meseta.

La Meseta es nostalgia, soledad y cierta decrepitud. También reflexión, introspección y calma, tan necesaria para estos tiempos vertiginosos. Un decadente aire de aislamiento impregna el ambiente. Los escasos núcleos urbanos, dispersos y cada vez más despoblados, apenas albergan a los más viejos del lugar. En muchos pueblos las escuelas cerraron por falta de alumnos. Al igual que hospitales y centros de salud. Los jóvenes emigraron, cansados de la falta de oportunidades, de las inclemencias meteorológicas, de la rudeza del terreno, de puro aburrimiento o de un compendio de ambas, cualquiera sabe...

Algunas ciudades crecen en población, las mínimas. También en impersonales centros comerciales y urbanizaciones a las afueras sacrificando los edificios históricos, los pequeños cines y los comercios y oficios tradicionales. La mayoría pierden no solo habitantes, también confianza. Se quedan estancadas en un clima de derrota y desesperación, contemplándose el ombligo por un pasado de esplendor y gloria. El pesimismo se apodera de todo, principalmente del futuro, aunque también del presente. Cualquier tiempo pasado fue mejor  parece erigirse como el único lema posible.



En las zonas rurales de la Meseta, aparte de labrar el campo o cuidar el ganado, no hay mucho más que hacer. Ir al bar, a lo sumo, o sentarse a ver el tiempo pasar. Contemplar el atardecer, en un sublime cromatismo de rojizos y ocres, es el momento culmen del día. En invierno cae sobre los helados campos de escarcha, en un cielo ligero y límpido; en verano la atmósfera se torna más pesada aunque se contrarresta con el suave rumor del río y el frescor continental de las noches estivales. El invierno huele a leña, sopa castellana y chuletón de ternera morucha; el verano a barbacoa a la intemperie, a vino de Toro y a tierra húmeda.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Conversaciones con O Sister!: echar de menos Nueva Orleans


O Sister! en campos de algodón de Mississippi

Estaba a punto de acabar el concierto. De repente, sin previo aviso, sonaron los primeros compases de Raskayú, esa enigmática composición del mallorquín Bonet de San Pedro, prohibida por el franquismo, de ritmo trepidante y letra escabrosa "Raskayú cuando mueras que harás tú, tú serás un cadáver nada más". El hombre que estaba delante de mí, de unos 70 años, empezó a mover tímidamente los pies, chasquear los dedos y agitar la cabeza de arriba a abajo. Luego se acercó a su mujer, de edad parecida, y le susurró algo al oído. "¡Esta es de mi época!", es lo que yo imaginé que le pudo haber dicho sin tener, obviamente, certeza alguna de ello. A medida que avanzaba el tema el hombre se venía arriba: intensificaba los chasquidos, seguía el ritmo con un entusiasmo enérgico, con precisión de metrónomo. Al acabar rompió en una sonora ovación, como el resto del auditorio. Su mujer le dio beso en mejilla y él esbozó una ligera sonrisa llena de plenitud. Es la metáfora misma de la música de O Sister! y por extensión del propio jazz, una corriente transformadora de estados de ánimo, generadora de la felicidad más mínima y a la vez más enorme.

Pero que nadie se equivoque, las apariencias pueden resultar engañosas. No es una cuestión de antiguallas, de música muerta o de vacíos ejercicios de nostalgia. Los sevillanos O Sister! están muy vivos y tienen una visión artística reveladora y clara. Son unos treintañeros que se inspiran en los años 30 del siglo pasado para revitalizarlos, captar su espíritu y recordarnos el carácter popular, simpático y esperanzador de los inicios del jazz (como el objetivo de este blog por cierto). Mensaje parecido es el que se escuchó en la voz en off que hizo la presentación de la banda con motivo de su participación en Festival de Jazz de Madrid JAZZMADRID'14, celebrado a lo largo del mes de noviembre en el auditorio de Conde Duque. El concierto de O Sister! precedía en un día al cierre final del festival con la suprema vocalista de Memphis Dee Dee Bridgewater. Casi todos los conciertos de JazzMadrid'14 habían agotado las entradas en lo que ha sido un éxito de público.O Sister! no fue una excepción. No me lo quería perder, aunque mi intención iba más allá: hablar con ellos de su experiencia en Nueva Orleans en el homenaje a sus adoradas Boswell Sisters, viaje que consiguieron gracias al crowdfunding.

lunes, 27 de octubre de 2014

Blue Note Records: la expresión sin concesiones del jazz



"Blue Note records are designed simply to serve the uncompomising expression of hot jazz and swing, in general", manifiesto de Blue Note.
Afuera hacía frío. La noche del 23 de diciembre de 1938, previa a Nochebuena, el ambiente era gélido en las calles de Nueva York. Sin embargo en el interior del Carnegie Hall los ritmos del hot, del swing, del blues y de los espirituales intentaban contrarrestar la temperatura exterior. El promotor y cazatalentos John Hammond, ambicioso, había reunido un plantel de lujo con lo mejor de la música afroamericana en un concierto histórico que se dio en llamar 'From Spirituals to Swing'. Helen Humes, Benny Goodman, Big Bill Broonzy, Sister Rosetta Tharpe... incluso la flamante orquesta de Count Basie. En aquellos años el swing llenaba las pistas de baile, era la música popular de la época y el jazz se encontraba en pleno apogeo.

Entre el público, un joven alemán de origen judío, estaba a punto de experimentar una revelación. Los sonidos del jazz resultaban familiares para Alfred Lion, quien ya había escuchado en su Berlín natal a la orquesta de Sam Wooding y su musical Chocolate Kiddies. Ragtime y síncopas eran banda sonora habitual en la capital alemana durante los años 20, uno de los primeros focos europeos de atracción del jazz. Lion acababa de trasladarse a Nueva York apenas hacía un año, procedente de Chile, donde se había mudado su familia tras dejar Alemania en 1933. De todo el elenco de artistas, curiosamente, lo que más llamó su atención fue la destreza y rapidez de unos pianistas de boogie woogie: Pete Johnson, Albert Ammons y Meade "Lux" Lewis. La magia se produjo. Alfred Lion tuvo su particular epifanía. Era europeo y, como tal, veía en el jazz una forma sublime de expresión artística. Esa visión romántica de la que carecían los norteamericanos.

No perdió el tiempo. Apenas una semana después, el 6 de enero de 1939, en una soleada mañana de invierno alquiló un pequeño estudio durante un día y logró convencer a esos pianistas de boogie woogie para realizar una sesión de grabación. No tenía ni idea de por dónde empezar. Era un fan, no un hombre de negocios. Su gran acierto, decisivo, fue proveer a los músicos de varias botellas de whisky. Regados con bourbon, los dedos bien engrasados de los pianistas improvisaron largos e inspirados solos. Lion no les puso límites, a pesar de que los discos de 10 pulgadas de 78rpm no permitían más de tres minutos de duración. Le dio igual. Grabó material suficiente para dos discos. Imprimió 50 copias de cada uno y se dirigió a la tienda de discos de Commodore en Manhattan, propiedad de Milton Gabler.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Malasaña en formato físico


[[Texto publicado en el número 4 de Jot Down - Rutas. Más información aquí. Fotos: Patricia Cano]]

Un paseo emocional por algunos lugares de Madrid para aprender, debatir  y entender sobre música: las tiendas de discos. Extemporáneas, desfasadas, museos vivientes de una forma particular de aproximarse a la experiencia sonora: el formato físico.

El inconfundible olor a acetato, esas superficies de plástico manoseadas por miles de dedos anónimos, el polvo acumulado en los estantes, los pósteres que evocan ídolos ancestrales, bagatelas mitómanas que ornamentan las paredes, la ambientación musical por encima de los decibelios permitidos por ley... Todo amontonado (a veces apiñado) en pequeños espacios, no aptos para consumidores metódicos y excesivamente organizados. Por (des)orden alfabético, por género, época, nacionales o internacionales. Aquí se premia la paciencia, la reflexión, la búsqueda incansable, aunque a veces también la impulsividad y la intuición. En tiempos vertiginosos, en constante cambio, de tiranía de lo digital, de lo intangible y del almacenamiento en ceros y unos, del comercio electrónico, de las transacciones online, de la nube que no deja ver el sol, de relaciones personales en redes sociales… todavía quedan reductos contracorriente, batalladores, románticos, quizá anacrónicos, donde uno puede adquirir unos extravagantes objetos físicos.

Remansos de paz e ilusión que han vivido épocas mejores, beligerantes con el devenir de los tiempos, se resisten a desaparecer. Para algunos, los más jóvenes del lugar, no son más que unos polímeros con forma de circunferencia repletos de surcos o unos policarbonatos de plástico insuflados por un láser. Para otros, son el motivo último de la felicidad. No se trata del continente, sino del contenido. Cientos de historias se encierran entre sus límites circulares: la primera vez, los primeros besos, los primeros desengaños… pero también los últimos. Cada uno tiene la propia banda sonora de su vida.

Y esos ecos envueltos en ondas imperceptibles nos han llegado a través de los discos que comprábamos en unos lugares llamados tiendas de discos. Cuando todavía se pagaba (masivamente) por ellos. Da igual el formato o la forma, lo importante es lo formidable, por ejemplo, de un ritual cada vez menos habitual: sacar el vinilo de su funda, agitarlo levemente, acariciarlo con un paño especial para librarlo de posibles motas de polvo antes de depositarlo con suavidad sobre el plato del gramófono, levantar expectantes la aguja y llevarla hasta el punto exacto donde todo adquiere una nueva dimensión. Y accionar la palanca. Suspirar ante los primeros acordes. Estremecerse. Es como el origen mismo del universo, un Big Bang de sensaciones indescifrables que nos hacen levitar, alegrarnos cuando estamos eufóricos, deprimirnos cuando estamos tristes o transportarnos siempre lejos, muy lejos…